EL SÚPER DE MI BARRIO


EL SÚPER DE MI BARRIO

Os lo tengo que contar, no me puedo callar, no me lo puedo quedar solo para mí. Ayer me enamoré, y no fue por ninguna red social o programa de televisión. Me enamoré en directo, al instante, en ese instante en el que las mariposas de mi estómago dejaron de ser un inmóvil capullo –aunque yo lo siguiera siendo.  Sonaron en mí las 12 campanadas (con los cuartos incluidos), a las 00:00 horas de un 1 de Enero en la Puerta del Sol.

Todo comienza un lluvioso lunes en el que ir a comprar al súper de mi barrio no es la mejor de las ideas, pero sabes que tienes que ir o ese día te alimentas de las sobras de la cena del día anterior y bebes el agua del grifo. Cuando el frigorífico está más vacío que mi corazón un sábado cualquiera a las 5 de la mañana en el bar de turno. Coges el carro, uno de esos carros de la muerte, que tienen vida propia, y empiezas a recolectar alimentos para la semana que se avecina y en un abrir y cerrar de ojos y al girar por el pasillo de la bebida esquina con el de material de limpieza, mi carro choca bruscamente, –claramente por mi culpa.  Mientras contesto un whatsapp. 

Pido perdón sin ni siquiera levantar la vista del móvil cuando al unísono oigo la risa más angelical que jamás haya penetrado en mis oídos y el consiguiente “No te preocupes, no pasa nada”, y al levantar la cabeza me encuentro al ser más perfecto. Su pelo, color azabache, por debajo de los hombros que esconden tras de si unas facciones perfectas, preparadas para el mejor escultor. Sus ojos, mis ojos, la perfecta unión, hasta imagino en un flash de mi mente como sería el color de los ojos de nuestros hijos. 

Temblando como un chiquillo y sin saber que decir, mi mente empieza a volar, a transformar el súper en nuestro hogar. A verla pasear por casa con el moño y con mi camisa medio desabotonada –ella ya sabe que me pone mucho eso, y lo hace una y otra vez. Dejando entrever su cuarto creciente y un canalillo que provoca un tsunami en mi cada vez que lo diviso. 

La imagino un día desapacible, sentados en el sofá y metiéndome mano por debajo de la manta que al final salta por los aires y me cabalga con buena amazona, haciéndome ver, una vez más, quien es la que lleva los pantalones en casa. 

Limpiando juntos en pijama nuestro nido de amor, ella la cocina, yo el salón, mientras los niños aún duermen, porque tenemos 2, Rocío y Marisol.

Ella es para mí, mi amiga, mi maestra, mi confesora, mi follamiga, mi religión, mi lugar de peregrinaje mínimo cuatro veces a la semana y hasta mi amante en las noches mas frías. Y yo para ella… ¿Qué seré yo para ella? –se lo tengo que preguntar cuando salga de la ducha.

Una vida perfecta, la que tenemos ella y yo, una familia fe…..

“¿Esto es lo que quieres?” –dice de repente una voz de hombre. Despertándome bruscamente de mi sueño, rompiendo en mil pedazos mi familia, mientras deja caer bruscamente un bote de lentejas en su carro.

Y allí estaba yo, pensando si sería su marido y deseando que fuera un amigo o su hermano. Como un político instantes después de perder unas elecciones, triste, derrotado y con el estoque clavado hasta lo más profundo de mi corazón, refugiado en la barrera del pasillo de las escobas y fregonas que hacían de banderillas y a punto de caer al ruedo del súper, primero transformado en mi dulce hogar y ahora en mi más oscuro ataúd.

Nos volvemos a mirar los dos, me vuelve a sonreír, me guiña un ojo, me dice adiós, y continúa junto a su acompañante la compra, mientras yo, dirijo mi triste cara al móvil reflejada en la pantalla, dispuesto a contarle a mi amiga que me había enamorado, y al instante ya me habían abandonado.     –Qué mala suerte tengo.

Pero no me daré por vencido, volveré a venir mañana, algo a propósito se me olvidará de comprar y la volveré a buscar en los pasillos de la que fue, por unos instantes, nuestra casa. A ver si tengo suerte, y un día me la encuentro sola, sin el del estoque, y me indulta.

Continuará… O tal vez no.!!


Antonio Rodríguez
Abril 2018